lunes, 25 de junio de 2012
Mi propio cuento
Érase una vez una princesita distinta a todas las demás y a la vez demasiado igual a ellas. Y érase también un príncipe con una vida totalmente diferente a la suya que ni siquiera pensaba en las historias de amor de los cuentos. La princesita soñaba cada noche con algún día poder ser la más feliz del mundo, incluso sin castillo, sin unos padres que fuesen reyes, sin la vida de lujo que otras pudiesen tener. Sólo quería conocer la felicidad verdadera y encontrar su lugar. Y quiso el destino que allí, en la distancia de otro reino, apareciese él, el príncipe que buscaba, su príncipe. Pasaron noches y días sin que ella pudiese evitar mirarle desde lejos pero sin perderse un sólo detalle suyo. Hasta que en una ocasión, decidió atreverse a mirarle de frente. Y así lo hizo. Tiempo después, sus caminos de fueron acercando más y más sin darse cuenta. Así, sin que pudiese siquiera frenarlo, en lo más profundo de su corazón, la princesita sintió algo nuevo. Sintió lo más perfecto que había querido tener nunca. Sintió ese amor que sólo se sabe que se tiene cuando se siente. Y sin que otros pudiesen saberlo, supo que quería luchar por él, y luchó. Poco a poco fue escribiendo las páginas de un libro inimaginado hasta entonces. Y él también lo hizo. Llenó cada uno de sus capítulos, con las ilusiones de los de ella. Y cuando ella quiso que escribiese también en los suyos, él no dudó y le demostró que realmente su príncipe merecía ser su rey. Durante los primeros momentos, ambos construyeron la fortaleza más absoluta de un sentimiento: él cruzó fronteras y murallas fuera de su reino para verla, y ella hizo de cada momento juntos la necesidad de que hubiese muchos otros. Y los hubo. Ambos tuvieron la suficiente valentía para hacer que el quererse fuese su mayor riqueza, y a medida que la historia transcurrió, se aferraron hasta al último suspiro de lo que sentían para superar los sufrimientos. Y ahora, donde al principio había un simple camino de ida y vuelta, hay un horizonte hacia la sonrisa. Donde había un esfuerzo, hay demasiadas recompensas. Allí donde la princesita esté, ya no hacen falta coronas ni duendes mágicos que hagan un reino perfecto, porque la magia de lo que siente hace que lo único perfecto que pueda existir éste a su lado. Y sabe que en lo más lejano que pueda haber, no será necesaria ningún hada madrina que conserve sus sueños juntos porque el destino sigue su curso, y ojalá que este sea que dentro de muchos y muchos siglos este cuento siga siendo escrito por los dos. Porque las historias verdaderas perduran sobre el paso del tiempo, sobre cualquier obstáculo. Porque el día que deje de estar contigo, dejaré de ser princesita.
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